El autobús avanzaba a toda velocidad y ella absorta miraba desde la ventanilla, al tiempo que masticaba mecánicamente una goma de mascar que ya había perdido el sabor y se estaba tornando cada vez más dura, o menos suave, depende de como quiera verlo.
Entre las curvas cerradas, verdes y montañosas, el autobús se detuvo para que un par de indígenas lo abordaran. La falta de movimiento devolvió a la joven distraída a la realidad y se percató súbitamente de la sensación desagradable que le estaba produciendo la goma, así que simplemente abrió la ventanilla y la escupió. Ni siquiera la vio caer, rápidamente quitó la mirada para buscar una nueva; quizás si hubiera visto las cosas no hubieran sido distintas, pero al menos hubiera entendido el porqué.
La cuestión fue que esa pequeña goma de mascar, incolora e insípida nunca llegó a tocar el suelo; antes de esto un ave hambrienta la cazó en el aire, confundiéndola con quién sabe qué jugosa alimaña.
El ave continuó su vuelo fatídico mientras el par de indígenas terminaban de abordar.
Como era esperarse, el hambriento animal no fue capaz, siquiera de tragar aquella goma dura y masticada una incalculable cantidad de veces, así que con su sistema respiratorio obstruido terminó cediendo al lado del camino.
Lo que sucedió a continuación fue algo turbulento e imprevisible, pero un ciclista avanzaba por la montaña y al ver el cadáver del pájaro decidió esquivarlo rápidamente, por respeto o empatía; eso nunca se sabe.
Tras él aparecía el autobús, que se había puesto nuevamente en marcha, pero el conductor no esperaba ver a un ciclista en media autovía tras una curva tan cerrada.
Rápidamente el experimentado conductor de autobús intentó esquivar al hombre de la bicicleta, pero la calle húmeda se volvió traicionera como de costumbre y las llantas derraparon hasta llevar al autobús cargado de pasajeros a un precipicio imposible.
Vuelta tras vuelta, mientras se adentraban vertiginosamente en el infierno verde, los pasajeros bajaban a todos los santos del cielo, intentando mantener la esperanza de que algo los salvara del funesto final.
Y así fue.
Entre el estrepitoso caos, el pesado vehículo se detuvo de su caída mortal.
Todos los pasajeros asustados y aún conmocionados observaron atentos hacia los lados para descubrir cómo se llegaron a salvar.
En medio del autobús se había encrustado una enorme rama que logró detener la caída, dejándolos a todos a salvo e ilesos en su mayoría, salvo por el susto y las magulladuras.
Todos estaban bien, menos una, la joven de la goma de mascar que estaba sentada exactamente donde la rama se incrustó.
En ese momento la Madre Tierra y el Karma soltaron a reír y todo lo demás volvió a la normalidad.