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La quincuagésima mañana del año brillaba; un sol cálido y envolvente le otorgaba un brillo especial a todo lo que atravesaba en su paso, casi mágico.

– ¡En guardia! – Gritó el Pirata Rojo, al tiempo en que se lanzaba al ataque de su adversario.

El otro se defendía de cada uno de los ataques que le lanzaban, pero corrió hacia unos barriles apuñados y trepando por ellos, subió al mástil más alto.

– ¡Jajajá! – Fingió su risa el Pirata Verde. – Aquí no me podrás alcanzar. – Y derribó de una patada los barriles.

El Pirata Rojo observó a su archienemigo con rabia y después, sonrió cínicamente.

– Claro que sí te alcanzaré, porque yo puedo volar.

En ese punto, un par de alas blancas crecieron en su espalda y subió a toda velocidad para continuar con la batalla.

El Pirata Verde lo recibió con una serie de ataques certeros, por lo que el Pirata Rojo tomó distancia en el aire.

– ¡Vuelve aquí! Eso no es justo. – Reclamó el Verde.
– Claro que es justo. Si no te gusta, es porque no puedes hacerlo.
– Te equivocas, porque yo también puedo volar.

Y el Pirata Verde se elevó de las tablas y voló rápidos para alcanzar a su rival que intentó huir a toda velocidad.

Atravesaban enormes olas y dejaban aturdidas a las gaviotas que se atrevían a cruzarse en su camino.

Ambos ingresaron a una nube muy densa que traía una tormenta atroz. Cuando el Pirata Verde logró salir de ella, buscó al Rojo, pero no logró encontrarlo por ningún lado.

De repente, el Pirata Rojo salió de la nube a toda velocidad y lo embistió, pero el Verde le sujetó la pierna y ambos cayeron estrellados a toda velocidad en una isla.

Ahí se sacudieron el polvo y continuaron con su lucha a muerte.

Espadazos iban y venían en un despliega magistral de esgrima. Cada ataque era perfectamente interpretado, y al tiempo interceptado por el opuesto. Parecía más un baile que una lucha.

– ¡Oh no! – Exclamó, uno de los piratas al detenerse. – ¡Son los mutantes caníbales!

Una orda de seres deformes y ágiles comenzó a brotar de la espesura de la isla, con la clara intención de comerse la carne pegada a sus huesos; por lo que ambos piratas decidieron solucionar momentáneamente sus diferencias y batallar juntos.

Sangre volaba por todos lados, ya que los piratas estaban usando todas sus fuerzas para vencerlos. Pero eran demasiados, y terminaron rodeándolos al borde de un enorme risco.

Ambos piratas se vieron a las caras, amenazados por una muerte inminente; pero asintieron al mismo tiempo, y rápidamente unieron sus manos y lanzaron un rayo de energía enorme, que pulverizó a cada uno de sus enemigos.

– ¡Guau! Nos esperaba una caída muy grande. – Observó el Pirata Rojo.
– Así es amigo, mira el montón de pirañas, cocodrilos y tiburones que hay a la orilla del acantilado. – Agregó el pirata verde.

Celebraron su victoria, entre el montón de cadáveres que los rodeaban. Pero el pirata verde se detuvo súbitamente.

– ¿Escuchaste eso?
– No escuché nada. – Respondió confundido el Pirata Rojo.
– Es la reina de los mutantes caníbales, ¡corre!

Un enorme chillido hizo retumbar la isla, y tras los piratas que corrían a toda velocidad apareció un monstruo de 9 metros de altura, con piel oscura y gelatinosa. Corría tras ellos a toda velocidad, moviendo sus largas piernas, al tiempo que lanzaba bolas de ácido verdoso que quemaban todo lo que tocaran.

Los piratas saltaban de roca en roca para huir, pero el Rojo se detuvo de golpe y decidió confrontar al voraz monstruo.

– Corre amigo, no podemos vencerla. – Le aconsejó el pirata verde.
– Sí podemos, porque voy a usar mi nuevo pod-
– ¡Marvin! – Gritó una voz a lo lejos.
– ¿Qué pasó mami?
– Póngase los zapatos, que ya nos vamos.
– Ya me tengo que ir, mañana seguimos jugando Sergio. – Se excusó el pequeño Marvin.
– ¡Bueno, bueno! Mañana seguimos jugando. – Le dijo Sergio mientras su amigo salía de la habitación.

Sergio también salió de la habitación de juego, cerrando la puerta. Así el mundo mágico quedó atrás con una historia inconclusa; pero esperando a abrirse de nuevo muy pronto, e inventar un mundo nuevo, aún más mágico que el anterior.